
Los caminos de Messi y Maradona van confluyendo, y solo se fusionarán en una final apoteósica y exitosa para Argentina. Catar 2022 es el primer Mundial sin la presencia de Diego Maradona, y ahora Lionel Messi es ídolo de los rioplatenses y del mundo.
Si la historia de Maradona era un poema o un drama épico, con elementos de tragedia y comedia, Messi es una historia de bellas pinceladas, que todavía no se concretan en una pintura terminada.
A dos años de la muerte del astro maradoniano, como una supernova cósmica que finalmente implosionó, se extienden las secuelas – Legales, familiares, financieras y otras. La frase que atribuyen al escritor Roberto Fontanarrosa, “¿Qué me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía?”, aplica en mi caso.
Como dije antes, en mi vida, le dediqué demasiado tiempo, dinero y energía a seguir los pasos y las noticias de Diego y del fútbol, como un defensa persiguiendo a su presa. Viajaba una vez al año a hacer historias en Sudamérica y Argentina y si me enteraba que Diego iba a jugar, trataba de estar. Pienso que dedicarle una iglesia o hacer un tatuaje de Diego era una locura, pero mis acciones también fueron algo irracionales.
Porque Diego – y el show que daba el adicto, brillante y caótico – llamemoslo Maradona – nunca pasaban inadvertidos. Siempre lo busqué. Tuve una docena de encuentros con Diego Maradona: en ruedas de prensa, charlas cara a cara y notas post-partidos, entrevistas largas e incluso discusiones acaloradas. El último: en Munich, en el 2006 durante el Mundial.
Si le caías bien, o te conocía, te decía «Vení, vení». Si se fastidiaba o te hacía la cruz, con un «Andá a la p…. que te parió». Había una industria de reporteros y paparazzi que vivían de su acceso al Diego, y de caerle bien y ser aceptados por su presencia.
Varias veces le entrevisté en Argentina – y cuando le cuestioné sobre su admiración y vínculos con políticos como Fidel – Diego escuchaba un acento caribeño y asumía que soy cubano, no boricua.
En 1994, Argentina era una máquina, pero con una pieza defectuosa. Superó a Grecia 4-0 y Nigeria 2-1 con el talento y viveza del Diego, Batistuta, Simeone, Redondo, Caniggia y compañía. Parecían imparables. Maradona resultó positivo a tomar efedrina, que pudo usarse para ocultar rastros de cocaína. Fue suspendido por FIFA y Argentina se estrelló tras ese golpe anímico.
El 18 de abril de 2007, por televisión narré un partido entre el Getafe y el Barcelona. Messi agarró la pelota en sector derecho a media cancha, gambeteó a cinco defensores y marcó el gol que no tardó en multiplicar las comparaciones con Maradona. Se pareció bastante al «gol del siglo» que Diego marcó a los ingleses. Pero respetando la diferencia en la magnitud de los escenarios: Diego lo hizo en cuartos de final del México ’86 y lo siguió con dos slaloms brillantes en la semifinal en el Azteca contra Bélgica; Messi lo hizo en un partido de liga. Messi, era un gran solista dentro de la orquesta del Barcelona. Pero no el conductor. Ahora le toca llevar la orquesta de tango.
De Diego Maradona, aún del hombre con adicciones y vida desordenada, hay una lección que todos podemos aprender: atreverse. Por carambolas de la vida, uno se atreve, insiste, y a veces se da con la ayuda de Dios y la mano del hombre triunfador. Diego fue al Nápoles y marcó época.
Un par de anécdotas bastarán para revelar algo, detalles, de sus esencias. Mi historia con Diego también es crónica y producto del fútbol en Puerto Rico, donde me crié, y más de 25 años de carrera como reportero deportivo.
Diego era pícaro y un ‘vivo’: tan rápido e incisivo con la pelota al pie, como con la mente y con la lengua. Y siempre, auténtico. De la misma manera que su memoria fotográfica registraba la cancha de un vistazo como piezas de un tablero de ajedrez, recordaba la cara de toda la gente que conocía. En Buenos Aires, una vez se le acercó un hincha para decirle que estuvieron juntos en un asado, y Maradona cayó en cuenta y lo ubicó en su memoria. Dijo: ‘¡Claro, vos sos el hermano de Miguel»! El rostro del admirador se iluminó por existir, por lo menos en la memoria del Diego.
En Alemania 2006, Messi hizo su debut y primer gol mundialista. En cuartos de final contra Alemania, Messi miraba en otra dirección, mientras cobraban penales. Había cierta incongruencia. Aunque pasó fuera de cámara, no entendíamos la desconexión.
Messi y su futbol son un glifo y un cypher. Bello pero inexplicable, y a veces indescifrable. Su zurda, un bisturí de precisión, ha perdido algo de su filo. Pero todavía es un instrumento letal contra las defensas. Tal vez hay una parte oscura dentro de su plácida esencia que salió contra los holandeses al encarar y reclamarle a Van Gaal. Ese fuego y elemento que tanto minó Maradona en sus actuaciones épicas.
En aquel entonces, El Gráfico llegaba con intermitencia a Puerto Rico. Jugábamos fútbol en la antigua base naval en Miramar, pero volvíamos a la dieta deportiva de pelota, tenis o baloncesto. La revista era una referencia y biblia del deporte latinoamericano. Sin internet, sin tantos satélites, ver partidos por tele era más difícil, y toda Latinoamérica miraba a El Gráfico para saber qué era notable y novedoso en el fútbol. Motivado por el fútbol, perfeccioné mi francés, que empecé a estudiar en la Alliance Française de Condado, para leer revistas como France Football. Al final, terminé escribiendo para esas mismas revistas. Y por pasión, seguí una carrera cubriendo balompié.
MEXICO 1986
Al llegar a México ’86, no era claro quién sería el nuevo monarca en el trono de mejor futbolista del mundo. Tras Pelé y Brasil en 1970, el trono pasó a Cruyff (y Beckenbauer en otra posición) brillante por su juego y por su mente. Luego del 1974 al 1982 hubo un interregno de talentosos con Kempes, Rivelino, Cubillas, Boniek, Conti y Platini. Para México ’86, Zico, Rummenigge, Francescoli, Romerito, Laudrup (y hasta Claudio Borghi), figuraban en la lista de los virtuosos pretendientes al trono. Y el de la casa, Hugo Sánchez, también quería ser figura del Mundial con sus goles en el máximo escenario, el Mundial.
En México, para provocar a Diego, mexicanos le gritaban «Hugo, Hugo» en los entrenamientos de Argentina en Coapa, predio del América, en alusión a Hugo Sánchez, pichichi del Real Madrid. Diego ardía por dentro y ‘puteaba’ a los mexicanos.
En el Estadio Azteca, el 23 de junio 1986, en la tribuna de prensa y estadio, muchos no vimos bien si era legal el gol de «la mano de Dios». Pero cuando el Diego tomó el pase de Enrique en el medio y encaró empezó la obra maestra del segundo gol, todos estábamos en sintonía. Al gambetear los primeros ingleses, recuerdo el silencio en el Azteca. El respeto da la sensación de un espectáculo único y magistral. En el Azteca siempre había un zumbido de cornetas, las que acompañan el habitual «Me-xi-co, Me-xi-co». Hubo un silencio notable cuando Diego salta antes de entrar al área grande. Seguramente los ingleses lo bajarán con una patada y un foul. Un lindo slalom de Maradona, pero el disparo será desviado, como tantas lindas obras futboleras incompletas. Pero cuando entró la pelota al arco sabíamos que enmarcó una actuación cósmica, irrepetible. El Azteca estalló en presencia del gol del siglo. Fue como presenciar un «performance» concierto de un virtuoso, que también fue transmitido al mundo.
Ese día, siempre me enfoqué más en el gol virtuoso (que el gol pecador, como denominó el gol de la «Mano de Dios» del Mundial 1986 Eduardo Galeano). Aparte, como engañado por un mago, no vi la mano del primer gol hasta más tarde.
Su virtuosidad y liderazgo también se vio en los siguientes partidos – en semifinal contra Bélgica y la final contra Alemania. «Pase lo que pase, la camiseta 10 siempre será mía», enfatizó Diego. Y «la pelota no se mancha». Y de los que le siguieron, dentro y fuera de la cancha – ninguno podía alcanzarlo: ni Orteguita, ni Riquelme, ni Messi, (que tal vez posee más habilidad que Diego con el balón, pero menos personalidad). Independientemente del gran talento que tengan – no han dado la talla para remolcar un equipo a la gloria a base de voluntad como lo hizo Diego.
Messi está en una encrucijada. Los que buscan significado y mística dentro de las cifras y números como un Aleph ya vieron a Messi igualar a Gabriel Batistuta en el récord de goles mundialistas y albicelestes. Pero si su actuación será un clásico de todos los tiempos, se verá en Doha. Hay que mencionar la odisea: de salir de Rosario y tal vez querer volver a su tierra, cuando ni Messi ni su ciudad natal son igual que hace 20 años. Como el tango de Discépolo o el poema épico de Homero.
Mi último diálogo con Maradona, que me insultó en una conferencia de prensa de Boca Juniors en 1997 cuando pregunté por la incoherencia de sus decisiones, fue en Alemania 2006. Me regaló un detalle y un abrazo. Como buen pecador, Diego perdonaba y pedía perdón. ¿A Messi lo perdonarán si Argentina no es campeón?
Yo siempre quería más Diego. Ahora se acabó. Pero tenemos a Messi.